Explicación

Con la expresión «inmune de toda mancha de culpa original», la Iglesia confiesa que María en ningún momento y en modo alguno fue alcanzada por la culpa original que se transmite por generación a la humanidad desde nuestros primeros padres. Por eso Pío XII, en Fulgens corona, explícita que cuando se habla de María ni siquiera «cabe plantearse la cuestión», de si tuvo o no algún pecado: «es tan pura y tan santa que no puede concebirse pureza mayor después de la de Dios» [Sobre la "plenitud de gracia" ver FC, I].
La inmunidad otorgada a María es una gracia del Dios todopoderoso que constituye un «privilegio singular». Pío XII, en Fulgens corona dice que «este singular privilegio» es «a nadie concedido» sino a la que fue elevada a la dignidad de Madre de Dios [cfr FC, I, párr. 5].
La verdad expresada en la definición de la Inmaculada se encuentra afirmada en la Iglesia desde los primeros siglos. A través de la historia ha habido progreso en el conocimiento y explicación, pero la verdad era conocida desde los comienzos de la Iglesia como divinamente revelada.
¿Cómo explicar entonces la excepción en la herencia del pecado original que todos recibimos y en la necesidad que todos tenemos de ser redimidos?
La respuesta del Magisterio es clara: en este punto no se trata de una excepción [cfr CEC, 491]. María no es una criatura exenta de redención, por el contrario: es la primera redimida por Cristo y lo ha sido de un modo eminente en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano [LG, 53]. De ahí le viene toda esta resplandeciente santidad del todo singular, de la que ella fue «enriquecida desde el primer instante de su concepción» [LG, 53, 56]
A la dificultad teológica sobre cómo podía una persona ser redimida sin haber contraído al menos un instante el pecado original, se responde con la distinción entre «redención liberativa» y «redención preservativa». La primera es la que se aplica a todos nosotros con «el lavado de la regeneración» bautismal [cfr Tit 3,15]. La última es la que aconteció en María ya antes de que pudiera incurrir en pecado.
"Dios, por tanto, es padre de las cosas creadas y María es madre de las cosas recreadas. Dios es padre de toda la creación, María es madre de la universal restauración. Porque Dios engendró a aquel por quien todo fue hecho, y María dio a luz a aquel por quien todo fue salvado. Dios engendró a aquel sin el cual nada en absoluto existiría, y María dio a luz a aquel sin el cual nada sería bueno."
(Lectura del Oficio solemnidad de la Inmaculada, De las Oraciones de san Anselmo, obispo)
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